Patronio, os ruego que me ayudéis con uno de vuestros
consejos, pues no sé si acceder a la petición de mi primogénito. El muchacho me
ha pedido 500 arteguias, nada más y nada menos. ¡Quiere el señorito emprender
una empresa a las islas a invertir en Dios todo poderoso sabrá qué! Que yo de
sus asuntos, bien sabes tú que no entiendo.
Señor conde Lucanor –respondió Patronio-, para aconsejarle,
me gustaría contaros esta historia que le a un comerciante de antaño. Como os
cuento, se trataba de un padre, un rico mercader, muy afortunado en las ventas
y con gran fortuna. ¡Pero no hubiese conseguido tan gran fortuna de no ser un
hombre tacaño! Tuvo hijos con una mujer buena y formasen juntos una familia. Tan
huraño y osco se volvió con el tiempo que ni a su propia familia diere dinero.
Así pues, un día pidió dinero su hijo para casarse y el hombre, pensando que su
hijo solo querría arruinarlo y gastar su dinero, echase a su hijo de casa. Gracias a Dios el hijo se casase y formase
una familia lejos de su padre. Años después, siendo el mercader ya hombre
viejo, hiciese llamar a su hijo para pedir a su hijo ayuda con su trabajo, pues
sus manos ya eran viejas e inservibles. El hijo rechazase las suplicas del
viejo, pues no podía ser su padre un hombre que lo hubiese echado de su casa
tan joven. Quedose solo el mercader, pues sus al morir su mujer todos sus hijos
le abandonasen. Perdiendo así su negocio por no poder seguir trabajando de
viejo ni teniendo herederos, muriese el hombre solo y pobre.
Señor Lucanor, le aconsejaría que dejase a su hijo experimentar,
es joven y tendrá tiempo de arrepentirse y devolverle sus arteguias. Bien dice
el proverbio que si “cuando fuiste martillo no tuviste clemencia, ahora que
eres yunque, ten paciencia”.